Esta resenha pode conter spoilers
Es de agradecer que la serie no nos muestre el idílico romance entre un soldado y una civil con una seca perfección del deber y esa lealtad a su país de por medio, sino que se atreva a ir más allá y presentarnos a dos polos opuestos cuyas profesiones hacen disparar la flecha del mutuo entendimiento en distintas direcciones.
Esa ambigua travesía entre la vida y la muerte, entre salvar a un ser humano o acabar con él, es lo que define a estos dos frente a sus propias posturas.
Shin Jin podrá tener el código militar muy arraigado en las venas, vistiendo el uniforme con un patriotismo tosco y contundente, pero también tiene un sentido del deber que se aleja de sus superiores para rendirle cuentas a la sociedad que ha jurado defender. En un principio, a Mo Yeon le cuesta un poco ver esto porque gran parte de su carácter está sumergido en este estoicismo marcial que tanto se esfuerza en vestir, y no se le puede culpar en lo absoluto: como militar ha aprendido a callar su trabajo para conservarlo en un hermetismo sepulcral; y eso es lo primero que choca con ella.
También era bastante palpable desde un principio que la doctora no entendería la encrucijada de saberse defensor de la paz desde la comodidad que se respiraba en Corea del Sur y ahí es donde entra la ficticia nación de Uruk, un país ubicado en algún punto de la península balcánica —de tintes de medio oriente con arquitectura griega— donde ambos se reencuentran después de estar casi un año separados. El jeque árabe sería el primero de varios casos que se presentarían en ese lugar durante un puñado de semanas y que le darían a Mo Yeon la oportunidad de presenciar en primera persona lo que Shi Jin no le puede decir con palabras. Y de paso le serviría para entender por fin que la vida no puede ser definida en blanco y negro; que no vivimos en un mundo de dimorfismo donde sólo existe la maldad y la bondad; donde tendría que tomar decisiones poco agradables que afectarían a algunos para asegurar la supervivencia de otros, y el corazón se le quedaría en un puño cuando existieran situaciones donde un diagnóstico en medio de una catástrofe significaría la sentencia de muerte para una persona.
Y es que Kang Mo Yeon es transparente como el celofán, terca como una mula y con un carácter muy definido por su posición. Conocemos sus ambiciones, su lealtad desmedida al juramento hipocrático, sus planes a futuro y su reticencia de caer enamorada de Shi Jin sabiendo que cualquier misión secreta le puede costar la vida. Le vemos estallar en furia frente a su superior cuando le demuestra que el status quo de una familia es más importante que la experiencia aprendida dentro del quirófano y observar con suspicacia a la chica que le robó al novio jamás correspondido en su etapa universitaria. Para cuando llega a Uruk ya no hay cosa que nos sorprenda de ella pues le hemos leído la cartilla en su tierra natal y nos gusta.
Sin embargo, hay un punto en el que Yoo Shi Jin cuestiona por primera vez todo aquello por lo que ha luchado, y esto sucede cuando se topa con David Agus, un antiguo camarada estadounidense que desertó del ejército para convertirse en el líder de un grupo delictivo que merodea por la zona. Quizá el golpe no sería tan fuerte si en el pasado Shi Jin no hubiera arriesgado su seguridad para rescatar al soldado Ryan en aquella misión suicida donde su superior terminó acribillado por el fuego cruzado del enemigo. Esa ingenuidad innata en un alma tan pura es lo que le impide comprender que la vida a veces depara golpes difíciles; que hay personas que no nacieron para ser soldado; que el patriotismos no se puede comprar ni aparentar y que un acto de bondad en un mundo de bayonetas y misiles jamás se pagará con una firme fidelidad a tu bandera, seas de la nación que seas. Y él lo tuvo que aprender de la manera más cruel posible. La desilusión de saberse traicionado tarda lo suyo en salir a flote, pero cuando lo hace se exhibe como una ira contenida que lo domina por dentro, detonado también por el secuestro de Mo Yeon a manos del bastardo de Agus. Shi Jin sabe que no hay persona más peligrosa que un soldado sin patria y, si bien, disparar el gatillo le corroe la conciencia, también le sirve de catarsis para expulsar sus propios demonios; para volver a ser una persona de honor en esas dos horas de incertidumbre que le fueron concedidas.
Y también está la pareja secundaria: Seo Dae Young y Yoon Myung Joo. La peculiaridad de este par de tórtolos es que son una especie de Romeo y Julieta que los hace más irresistible conforme su historia se nos va revelando. Ambos son militares, pero ella es de un rango mayor que él, además de ser cirujana e hija de un importante general que no ve con buenos ojos que su retoño termine liada con un soldado que no hace tiempo andaba por las calles de la ciudad metido en una pandilla. De hecho, el papá no duda en conseguirle un pretendiente que esté a la altura de sus expectativas milicianas (que son muchas y son grandes) y así, muy a la vieja usanza, le pone de frente con el capitán Shi Jin para que terminen “juntos” en una relación que no se la creen ni ellos. Aquello termina siendo un triángulo amoroso bizarro que raya la ridiculez y la ternura porque Shi Jin es el mejor amigo del sargento mayor y tiene una relación muy fraternal con la teniente primera desde tiempo atrás. Además, él también los quiere juntos, por lo que su función como intermediario es, más o menos, neutralizar el campo de batalla para que estos dos confiesen su amor a rajatabla en lugar de darse golpes de pecho cada vez que se tienen en frente.
Ya su reencuentro en el hospital nos deja sudando en frío por la tensión tan sofocante que se respira, pero también por la dureza de ella y la rigidez de él. Tanto la doctora como el sargento poseen una coraza de hormigón propia de cualquier soldado, pero es tan diáfana que es posible asomarse entre esas capas de entereza que intentan mantener a pesar de la disconformidad que los consume por dentro. Seo Dae Young es el de la actitud sumisa, perceptiva y obediente hasta el tuétano y por eso Myung Joo no duda en usar su rango para llamar su atención, para hacerle espabilar un poco y para que abandone esa apariencia robótica y castrense que le empequeñece más de lo que debería. Pero ella es todo lo opuesto a él; tan vivaz como testaruda e inteligente. Sabe lo que quiere y conoce los medios para conseguirlo, a pesar de que siempre tiene a su padre —con sus tres estrellas sobre el hombro— pisándole los talones. Tampoco podemos despotricar contra el señor y la idea de bienestar que tiene para su hija; ya sabemos que en el ejército los rangos cuentan (y mucho) para establecer firmemente tu expediente y de paso tu reputación. Que una doctora cirujana se enrolle sentimentalmente con un simple sargento le parece una chapuza grotesca tanto para él como para su familia. A Myung Joo ese juicio sobreprotector le da unos altibajos tremendos a lo largo de todo el drama que alcanzan un punto crítico cuando ella agoniza en Uruk y rematan en el momento que cree muerto a Dae Young.
La suya fue una historia de amor que se sobrepuso a las decenas de obstáculos que se encontraron en el camino. Su evolución es palpable desde el comienzo y aunque tuvieron sus retrocesos éstos jamás se aglutinaron más de lo necesario. Fue una pareja que tuvo que aprender a respetarse por su condición de humanos más que por ser soldados, y lucharon (cada quien a su manera) para entenderse mutuamente en medio de esa fragosidad que les obstruía los sentimientos. Aun siendo polos opuestos se las arreglaron para inventarse cada quien su lugar en esa relación tan peculiar como radiante. Disfruté mucho viendo su constante evolución, y la química entre los actores servía para que esos diálogos francos que se escupian en la cara cada vez que se veían fueran tan irresistibles para ellos como para los que los escuchábamos.
El resto de los personajes tampoco tienen desperdicio. Era bastante evidente que algunos sólo estaban ahí para llenar huecos en el guión pero también que hubo otros cuyo papel era más importante. El cirujano Song Sang Hyun y la jefa de enfermeras Ha Ja Ae fungieron como una tercera pareja protagónica que también tuvo sus momentos de lucidez, sobre todo por la obstinación de ella para no sucumbir a la carismática personalidad del doctor, que igual le hubiera besado los pies con una palabra suya. La crisis existencial de Lee Chin Hoon durante su voluntariado también tuvo su epopeya. Empecé a creer que su desequilibrio mental lo iba a dejar en una eterna depresión que le haría abandonar la medicina, pero por suerte logró superarlo y regresar a Corea para estar al lado de su prometida durante el nacimiento de su bebé, y portar la bata blanca con orgullo por mucho tiempo más.
La dirección ha sido una preciosidad y ciertos episodios tienen unos planos tan hermosos que me he quedado embobada en más de una ocasión mientras retrocedía el streaming para ver la escena mucho mejor. Grabar en el extranjero fue un plus total porque permitió mostrar escenarios con unos paisajes naturales de ensueños (esos muy característicos de las islas griegas) además de enseñarnos ciertos aires distintos a los que este tipo de series nos tiene acostumbrados. Una mención especial a la playa Navagio con ese imponente esqueleto barquero que sirve como telón de fondo para la historia de los protagonistas por su gran valor sentimental.
Shi Jin y Dae Young son soldados hechos y derechos, su lugar está ahí, entre las barracas, los helicópteros y los cuarteles; entre las calles de su país y las zonas de guerra. Abandonar la lealtad a su patria sólo para quedar bien con sus novias me habría resultado ridículo porque también ellas están comprometidas a sus vocaciones. Por suerte, ese año de ausencia les enseñó a ambas parejas a sobrevivir por iniciativa propia, aun en las peores circunstancias, y para entender que su sacrificio personal siempre será gratificado por el bienestar de la gente, “en cualquier lugar de la Tierra. Y siempre bajo el mismo sol”.
Esa ambigua travesía entre la vida y la muerte, entre salvar a un ser humano o acabar con él, es lo que define a estos dos frente a sus propias posturas.
Shin Jin podrá tener el código militar muy arraigado en las venas, vistiendo el uniforme con un patriotismo tosco y contundente, pero también tiene un sentido del deber que se aleja de sus superiores para rendirle cuentas a la sociedad que ha jurado defender. En un principio, a Mo Yeon le cuesta un poco ver esto porque gran parte de su carácter está sumergido en este estoicismo marcial que tanto se esfuerza en vestir, y no se le puede culpar en lo absoluto: como militar ha aprendido a callar su trabajo para conservarlo en un hermetismo sepulcral; y eso es lo primero que choca con ella.
También era bastante palpable desde un principio que la doctora no entendería la encrucijada de saberse defensor de la paz desde la comodidad que se respiraba en Corea del Sur y ahí es donde entra la ficticia nación de Uruk, un país ubicado en algún punto de la península balcánica —de tintes de medio oriente con arquitectura griega— donde ambos se reencuentran después de estar casi un año separados. El jeque árabe sería el primero de varios casos que se presentarían en ese lugar durante un puñado de semanas y que le darían a Mo Yeon la oportunidad de presenciar en primera persona lo que Shi Jin no le puede decir con palabras. Y de paso le serviría para entender por fin que la vida no puede ser definida en blanco y negro; que no vivimos en un mundo de dimorfismo donde sólo existe la maldad y la bondad; donde tendría que tomar decisiones poco agradables que afectarían a algunos para asegurar la supervivencia de otros, y el corazón se le quedaría en un puño cuando existieran situaciones donde un diagnóstico en medio de una catástrofe significaría la sentencia de muerte para una persona.
Y es que Kang Mo Yeon es transparente como el celofán, terca como una mula y con un carácter muy definido por su posición. Conocemos sus ambiciones, su lealtad desmedida al juramento hipocrático, sus planes a futuro y su reticencia de caer enamorada de Shi Jin sabiendo que cualquier misión secreta le puede costar la vida. Le vemos estallar en furia frente a su superior cuando le demuestra que el status quo de una familia es más importante que la experiencia aprendida dentro del quirófano y observar con suspicacia a la chica que le robó al novio jamás correspondido en su etapa universitaria. Para cuando llega a Uruk ya no hay cosa que nos sorprenda de ella pues le hemos leído la cartilla en su tierra natal y nos gusta.
Sin embargo, hay un punto en el que Yoo Shi Jin cuestiona por primera vez todo aquello por lo que ha luchado, y esto sucede cuando se topa con David Agus, un antiguo camarada estadounidense que desertó del ejército para convertirse en el líder de un grupo delictivo que merodea por la zona. Quizá el golpe no sería tan fuerte si en el pasado Shi Jin no hubiera arriesgado su seguridad para rescatar al soldado Ryan en aquella misión suicida donde su superior terminó acribillado por el fuego cruzado del enemigo. Esa ingenuidad innata en un alma tan pura es lo que le impide comprender que la vida a veces depara golpes difíciles; que hay personas que no nacieron para ser soldado; que el patriotismos no se puede comprar ni aparentar y que un acto de bondad en un mundo de bayonetas y misiles jamás se pagará con una firme fidelidad a tu bandera, seas de la nación que seas. Y él lo tuvo que aprender de la manera más cruel posible. La desilusión de saberse traicionado tarda lo suyo en salir a flote, pero cuando lo hace se exhibe como una ira contenida que lo domina por dentro, detonado también por el secuestro de Mo Yeon a manos del bastardo de Agus. Shi Jin sabe que no hay persona más peligrosa que un soldado sin patria y, si bien, disparar el gatillo le corroe la conciencia, también le sirve de catarsis para expulsar sus propios demonios; para volver a ser una persona de honor en esas dos horas de incertidumbre que le fueron concedidas.
Y también está la pareja secundaria: Seo Dae Young y Yoon Myung Joo. La peculiaridad de este par de tórtolos es que son una especie de Romeo y Julieta que los hace más irresistible conforme su historia se nos va revelando. Ambos son militares, pero ella es de un rango mayor que él, además de ser cirujana e hija de un importante general que no ve con buenos ojos que su retoño termine liada con un soldado que no hace tiempo andaba por las calles de la ciudad metido en una pandilla. De hecho, el papá no duda en conseguirle un pretendiente que esté a la altura de sus expectativas milicianas (que son muchas y son grandes) y así, muy a la vieja usanza, le pone de frente con el capitán Shi Jin para que terminen “juntos” en una relación que no se la creen ni ellos. Aquello termina siendo un triángulo amoroso bizarro que raya la ridiculez y la ternura porque Shi Jin es el mejor amigo del sargento mayor y tiene una relación muy fraternal con la teniente primera desde tiempo atrás. Además, él también los quiere juntos, por lo que su función como intermediario es, más o menos, neutralizar el campo de batalla para que estos dos confiesen su amor a rajatabla en lugar de darse golpes de pecho cada vez que se tienen en frente.
Ya su reencuentro en el hospital nos deja sudando en frío por la tensión tan sofocante que se respira, pero también por la dureza de ella y la rigidez de él. Tanto la doctora como el sargento poseen una coraza de hormigón propia de cualquier soldado, pero es tan diáfana que es posible asomarse entre esas capas de entereza que intentan mantener a pesar de la disconformidad que los consume por dentro. Seo Dae Young es el de la actitud sumisa, perceptiva y obediente hasta el tuétano y por eso Myung Joo no duda en usar su rango para llamar su atención, para hacerle espabilar un poco y para que abandone esa apariencia robótica y castrense que le empequeñece más de lo que debería. Pero ella es todo lo opuesto a él; tan vivaz como testaruda e inteligente. Sabe lo que quiere y conoce los medios para conseguirlo, a pesar de que siempre tiene a su padre —con sus tres estrellas sobre el hombro— pisándole los talones. Tampoco podemos despotricar contra el señor y la idea de bienestar que tiene para su hija; ya sabemos que en el ejército los rangos cuentan (y mucho) para establecer firmemente tu expediente y de paso tu reputación. Que una doctora cirujana se enrolle sentimentalmente con un simple sargento le parece una chapuza grotesca tanto para él como para su familia. A Myung Joo ese juicio sobreprotector le da unos altibajos tremendos a lo largo de todo el drama que alcanzan un punto crítico cuando ella agoniza en Uruk y rematan en el momento que cree muerto a Dae Young.
La suya fue una historia de amor que se sobrepuso a las decenas de obstáculos que se encontraron en el camino. Su evolución es palpable desde el comienzo y aunque tuvieron sus retrocesos éstos jamás se aglutinaron más de lo necesario. Fue una pareja que tuvo que aprender a respetarse por su condición de humanos más que por ser soldados, y lucharon (cada quien a su manera) para entenderse mutuamente en medio de esa fragosidad que les obstruía los sentimientos. Aun siendo polos opuestos se las arreglaron para inventarse cada quien su lugar en esa relación tan peculiar como radiante. Disfruté mucho viendo su constante evolución, y la química entre los actores servía para que esos diálogos francos que se escupian en la cara cada vez que se veían fueran tan irresistibles para ellos como para los que los escuchábamos.
El resto de los personajes tampoco tienen desperdicio. Era bastante evidente que algunos sólo estaban ahí para llenar huecos en el guión pero también que hubo otros cuyo papel era más importante. El cirujano Song Sang Hyun y la jefa de enfermeras Ha Ja Ae fungieron como una tercera pareja protagónica que también tuvo sus momentos de lucidez, sobre todo por la obstinación de ella para no sucumbir a la carismática personalidad del doctor, que igual le hubiera besado los pies con una palabra suya. La crisis existencial de Lee Chin Hoon durante su voluntariado también tuvo su epopeya. Empecé a creer que su desequilibrio mental lo iba a dejar en una eterna depresión que le haría abandonar la medicina, pero por suerte logró superarlo y regresar a Corea para estar al lado de su prometida durante el nacimiento de su bebé, y portar la bata blanca con orgullo por mucho tiempo más.
La dirección ha sido una preciosidad y ciertos episodios tienen unos planos tan hermosos que me he quedado embobada en más de una ocasión mientras retrocedía el streaming para ver la escena mucho mejor. Grabar en el extranjero fue un plus total porque permitió mostrar escenarios con unos paisajes naturales de ensueños (esos muy característicos de las islas griegas) además de enseñarnos ciertos aires distintos a los que este tipo de series nos tiene acostumbrados. Una mención especial a la playa Navagio con ese imponente esqueleto barquero que sirve como telón de fondo para la historia de los protagonistas por su gran valor sentimental.
Shi Jin y Dae Young son soldados hechos y derechos, su lugar está ahí, entre las barracas, los helicópteros y los cuarteles; entre las calles de su país y las zonas de guerra. Abandonar la lealtad a su patria sólo para quedar bien con sus novias me habría resultado ridículo porque también ellas están comprometidas a sus vocaciones. Por suerte, ese año de ausencia les enseñó a ambas parejas a sobrevivir por iniciativa propia, aun en las peores circunstancias, y para entender que su sacrificio personal siempre será gratificado por el bienestar de la gente, “en cualquier lugar de la Tierra. Y siempre bajo el mismo sol”.
Esta resenha foi útil para você?